24 octubre 2010

Fetichismos


Si alguien pensaba que iba a hablar en este post sobre BDSM, látex y fustas, siento mucho desilusionar pero…no. Esa parte de mi vida la tengo “casi” olvidada. (Creo). Yo quería hablar más bien de todos esas cosas que, tras dejar una relación, comienzan a darnos ciertos “yuyus” o fobias cuando antes eran auténticos tesoros que guardábamos en el interior de nuestro corazón con más interés y cariño que los billetes de lotería del sorteo de Navidad porque nos recordaban al que creíamos sería el “amor de nuestra vida”. Y claro, ahora te producen taquicardias, arcadas, regurgitaciones y las consiguientes úlceras esofágicas. Además, este proceso de acumulación de porquerías sentimentaloides recuerdos se hace de forma progresiva y totalmente inconsciente, de tal forma que, antes de que te quieras dar cuenta, tienes ante ti un montón de cosas a las que tienes aversión:

Colonia: El olfato es el sentido que más recuerdos evoca. Claro que, con el tiempo, de tanto tener el “punto de mira” desajustado, acabas por odiar media perfumería: “esta colonia no, que me recuerda a fulanita”, “esta tampoco que la regalé a mi ex”, “ay, este gel de baño no que lo usé la primera vez que nos duchamos juntas X y yo”. Es que se empieza así y se acaba no queriendo usar un cepillo de dientes que está en el mismo espectro cromático que el que usó tu última ex, o por no usar colonia porque todas te traen algún recuerdo traumático. Y no, no se puede renunciar ni a la colonia ni a la pasta de dientes, ni a los geles de colores y olores maravillosos, así que hay que superarlo y pronto.

Comidas: (nutricionalmente hablando): Igual que el apartado anterior: “Dios mío, a este restaurante no podemos ir a cenar porque celebré allí que hacía 5 días con X” (no nos engañemos, ¡más no se dura! :-P), “cuando paso en el Mercadona por el pasillo de los pistachos no puedo evitar acordarme de Y”, “la pizza barbacoa, sin ella, no tiene sentido, snif”. Hasta que al final te has llevado tantos palos amorosos que te acabas haciendo un lío: “vamos a ver, ¿pero por qué tengo fobia a las anchoas? ¿Fue por culpa de X, de Y o de Z?” o bien no comiendo nada.

SMS y llamadas varias: Cuando rompes, estás todo el día pendiente del móvil y de internet. “¿Me habrá mandado un esemesito?” “¿Un correo diciéndome que se ha equivocado, que me quiere, que seremos felices juntas para siempre en esta vida y en las próximas 25 reencarnaciones?”. Miras compulsivamente el móvil porque notas vibraciones en el bolsillo aunque lleves el teléfono en el bolso, cuentas los días, las horas y los minutos que hace que no oyes su voz, relees esos mensajitos tan majos en los que decía, diez minutos antes de dejarte, que eras las persona más genial de este mundo y que qué suerte el tenerte a su lado. Y te martirizas una y otra vez leyendo tu biografía en 141 caracteres, hasta que, en un arranque de personalidad, de heroicidad, de valor, borras los mensajes, el historial de llamadas y el número de teléfono de la agenda y te sientes la persona más liberada y valiente del mundo mundial, aunque en tu interior estés pensando, “vale, lo he borrado. Ole mis ovarios. Pero creo que tengo el número en la tarjeta del otro móvil, que siempre está apagado, y claro, no lo voy a usar. ¡Pero por si acaso, está!”. O bien “bueno, es que mi móvil es un NOKIA con sistema operativo SYMBIAN, así que, aunque borre las llamadas desde el menú principal, puedo verlas luego en el registro de llamadas”. O lo que es peor aún: miras y subrayas las facturas antiguas de móvil en busca del número que has borrado. “Mu triste”.

Lugares donde estuvimos juntas: “El día más feliz de mi vida fue aquel en el que dimos aquel paseo por la playa con sus perros, y luego nos bañamos desnudas en el cálido mar que hacía que nuestros cuerpos emergieran grandiosos desde el fondo para tocarse y dedicarse el aliento salado y bla bla bla bla…”. “Ya no podré ir más al Vaticano porque allí nos besamos (con lengua)”. “No puedo pasar por la calle tal porque allí vive la novia de su amiga no vaya a ser que me la encuentre y no sepa qué decirle”. Consecuencias: o te dejas de pajas mentales y sentimentalismos o al cabo de tres relaciones ya no tienes ni a dónde ir.

Canciones: Un clásico. Suenan en el bar y se te caen dos lagrimones. Pasas de tener un estado de ánimo totalmente expandido (quizás en esto hayan ayudado Absolut o Jack) a estar completamente susceptible, nostálgica e hipermegasupersensible. Aggg.

Fotografías: No soy partidaria de romperlas o borrarlas, al fin y al cabo, forman parte de tu pasado y a esas personas las has querido incluso más que a ti. Pero de ahí a mirarlas con carita de pena y llorar como una magdalena hasta que te sangren los ojos…pues no. No es sano. Lo mejor sería recogerlas, guardarlas en una caja fuerte bajo llave y tragarte la llave para luego tirar la caja al fondo de una fosa abisal (a ser posible en Las Marianas).

La vida es algo más que guardar mierda recuerdos en los cajones y en el alma. Lo mejor es desprenderse de todo en plan budista y no apegarse a todo este tipo de cosas que lo único que hacen es daño y llenar cajas que deberíamos haber quemado en el día de San Juan. Así que, si duelen, a la basura todos esos restos tanto afectivos como materiales que lo único que hacen es que se nos caigan los mocos cuando estamos melancólicos o bien que nuestras actuales y futuras parejas se cabreen por guardar semejantes chorradas que no nos hacen sino parecer unas acosadoras despechadas, o, lo que es peor, parafílicas fetichistas.


De:  "Tantaria"  http://tantariaklimt.blogspot.com/ ]

[imagen añadida, no en el original]

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