10 julio 2011

Las excusas del final.


Todas las relaciones que terminan tienen algo en común: el odioso final.

Soy de las que desearían profundamente poder saltearse esa parte. Quedarme con el recuerdo de la última mirada y pasar directamente a la etapa del olvido.
No tener que oír el temido: "tenemos que hablar", ni someterme a la agonía de una conversación que, desde el inicio, se sabe que va a terminar en un revuelto de lágrimas, excusas y frases sin sentido.

No existe una lista de palabras oportunas para poner fin al amor.
Ninguna es suficiente para calmar ese dolor repentino, que crece como una enredadera y que va abrazando cada músculo hasta dejarnos inmóviles.
Esa angustia que se cuelga de los párpados y que se renueva cada mañana al despertar.

Nadie puede hacernos sentir bien cuando nos dice que ya no nos elige para compartir el día siguiente, ni el que viene después.
No hay sinceridad que alcance, ni razón que justifique el desamor para aquél que todavía siente que está amando.

Podremos no ser la persona indicada, la que se quedó a mitad de camino, la que no pudo convertirse en el amor de la vida. Aquella que no superó las expectativas, la que perdió en las comparaciones con la nueva de la oficina, la que no le quitó el sueño ni le robó todas las sonrisas.
Pero no queremos saberlo. Porque por más cierto que sea lo que él diga, sólo nos quedará una certeza en el momento de la despedida: el dolor.

Un sabor completamente amargo. Una oscuridad absolutamente negra. Un agujero extremadamente profundo. Una piedra atascada en la boca del estómago.
La monotonía. El inacabable duelo. Y el tiempo consumiéndose en un gotero.

Desearemos que pasen las horas, las semanas y algún enero hasta recobrar la cordura que nos permita entender que el final era inevitable, quizás predecible y hasta conveniente. Que cada despedida no es más que un punto y aparte en nuestro historial de amores por venir en el que se enredan algunos amores sin porvenir.
Un ensayo con errores y algunos honores.
Y unos cuantos finales condenados a convertirse en anécdota cuando las lágrimas se den por vencidas.


De: "Blonda, Crónicas de una soltería anunciada" [http://cronicasdeunasolteriaanunciada.blogspot.com]

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